Aves, un sempiterno amor y respeto.
Este es un pequeño relato de
cómo dentro de mí ha crecido un tremendo amor por las aves en especial por las
de la familia de las columbidae. Desde muy chica sentía demasiada empatía por
los animales, en especial por los perros y deseaba tanto tener uno pero en esa época
en mi casa no me dejaban por diversos motivos.
Por esa razón tuve muchas
mascotas exceptuando perros, tuve conejos, tortugas, peces, aves entre otras;
pero a los ocho años exactamente recuerdo que la abuela de mis primos tenía una pareja de tórtolas turcas
que estaban criando, lamentablemente ocurrió un accidente y uno de los perros
de la casa atacó a la mamá de los pichones, dejándolos así en la orfandad.
Estos dos pequeños estaban
muy chicos aún y la señora los sacó adelante y justo en un septiembre llego
ella a mi casa a obsequiarme uno de los huerfanitos, se creía que era el macho
por su mayor tamaño, le llamé Bartolomé.
Yo era una niña demasiado
tímida, no tenía amigos únicamente convivía con personas de mi familia que ya
eran adultas, quizás esa era la razón del porque yo no socializaba con más
niños. Me la pasaba estudiando, porque en esa época siempre estuve en el cuadro
de honor, y todo mi tiempo libre era para mis mascotas. Resulta que Bartolomé y
yo establecimos una conexión increíble estaba demasiado domesticado.
En cierta ocasión yo estaba
con Bartolomé en el patio de mi casa y de pronto nos asustamos con un ruido y
el ave salió volando, se posó en un árbol de aguacates de la casa vecina y yo
lloraba como una Magdalena; sentí que había perdido a mi amigo para siempre. Pase
sentada en las gradas del patio viendo para el árbol toda la noche. Pero entre
las cosas que yo le había enseñado estaba la de dar la patita, sí, así como un
loro o perico. Entonces la mañana siguiente mi tío habló con los vecinos y con una
vara pudieron lograr que él se subiera a la vara y finalmente lo rescataron.
Luego de dos años mi familia
se dio cuenta de lo bien que me hacía Bartolomé, así que mi abuela decidió darme
una sorpresa y le llevaron una novia a Bartolomé a la cual llame Florencia, lo
que resultó terrible pues Bartolomé no era Bartolomé era Bartolomea… Desde que
vio a Florencia no la quería cerca y la golpeaba, pero con el tiempo se volvieron
inseparables.

Y sólo basto un par de meses
con ella para que la idea de tener un
perro se me esfumara de la cabeza. En esa pequeña ave encontré todo lo que esa
niña que fui necesitaba, bien dicen que los frascos pequeños son los más
valiosos. Pero como toda historia tiene un final y a mis dieciocho años justo
cuando llegué a la “adultez” mi amiga que llegó en un Septiembre también se fue
en un Septiembre.
Ella estaba estupendamente
bien, yo estaba realizando mis prácticas para graduarme así que me iba muy
temprano y mi familia me hacían el favor de sacarla al patio y alimentarla, a
las 10 de la mañana de ese día recibo una llamada para decirme que Bartolomea
estaba como tullida en una esquina y que no probaba bocado, para ella que era
una comelona. Creí que no sería nada
grave, a la noche cuando llegué a casa me dijeron todo seguía igual, entonces
corrí para donde estaba ella la tome en mis manos y sí, definitivamente todo
estaba muy mal me senté, recuerdo que mi madre y mi perro (que había llegado
hacia un año atrás y el cual le tenía mucho celo a Bartolomea) se pararon
frente a nosotras. Yo comencé a llorar levemente y le dije todo lo hermoso que había
sido compartir esos años con ella, le conté cuanto la amaba y cuando por fin
terminé de hablar ella cerró los ojos, y su vida terminó como un suspiro. Aún
recuerdo todas mis lágrimas cayendo en su plumaje y a mi madre correr a la
cocina para decirle a todos: “Solo la estaba esperando para despedirse”.
Esa despedida ha sido dura
pero a la vez hermosa, mi amiga me esperó sabía que yo llegaría… Su pequeño
cuerpo ahora está bajo las diamelas de mi patio, su recuerdo está mi mente, mi
amor por ella está en mi corazón y su foto en la puerta de mi closet. Yo revivo
cada momento con mi Bartolomea cada vez que acaricio a alguna de mis aves, cada
vez que puedo ayudar a un ave caída, cada vez que admiro a un ave en un árbol o
en cielo volando.
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